20121215 Carta del hermano Phap Luu a Adam Lanza





Sábado, 15 de diciembre de 2012
Templo de la Nube del Dharma
Plum Village

Querido Adam:

Permíteme empezar diciendo que te deseo que encuentres paz. Sería fácil llamarte monstruo y condenarte para siempre, pero no pienso que esto nos ayudara a ninguno de nosotros. Dado lo que has hecho, me doy cuenta de que la paz puede no ser fácil de encontrar. En un ataque de rabia, delirio y miedo –sí, sobre todo, pienso, miedo- pensaste que matar era una forma de escapar. Fue, claramente, una emoción poderosa la que te llevó del cuerpo muerto de tu madre, a la masacre de niños y personal escolar de Sandy Hook School, y a coger nuevamente el arma para acabar contigo. Decidiste que el juego estaba acabado.
Pero el juego no estaba acabado, aunque tú estás muerto. No encontraste una forma de escapar de tu rabia y soledad. Vives en otras formas, en las familias desgarradas y en su desespero, en la violación de su confianza, en la honda herida en la comunidad, y en los numerosos artículos y noticias desbordantes por todo el país y alrededor del mundo –si, tú vives incluso en mí. Yo era también un niño pequeño que creció en Newtown. Ahora soy un monje budista Zen. Te veo bastante claramente en mí ahora, continuando en el legado de tus acciones, y veo que en la muerte no has conseguido la libertad.

Yo solía jugar al fútbol en el campo de la escuela fuera de la sala donde moriste cuando yo tenía la edad de los niños que mataste. Nuestro equipo era el Eagles, y ganamos nuestra liga aquel año. Mi madre todavía conserva el trofeo guardado en una caja. Para ser sincero, yo no soy ni he sido un buen jugador de fútbol. He sabido ganar, pero he sabido perder también y ser el último escogido para un equipo. Pienso que tú también has conocido esto –el dolor del rechazo, del aislamiento y de la soledad. La soledad es demasiado dura de soportar.

Tú no eres el único que siente esto. Cuando la soledad surge es muy fácil buscar refugio en el mundo virtual de los ordenadores y las películas. Pero, ¿esto realmente ayuda o sólo aumenta nuestro aislamiento? En nuestro intento de estar más conectados, ¿hemos perdido nuestra verdadera conexión?

Quiero saber qué hiciste con tu soledad. ¿Alguna vez, como yo, la enfrentaste paseando por los bosques que rodean nuestra ciudad? Conozco bien la cuesta que corta desde la escuela al río, cubierta de haya y pino blanco. Esto decora el paisaje de mi mente. Recuerdo bien el entusiasmo que sentía al dirigirme solo por un camino serpenteando su forma – hacia Treadwell Park! En aquel momento sentía que era un camino mágico, uno de los muchos secretos que descubrí a través de aquellos bosques, algunos todavía escondidos. ¿Alguna vez apoyaste la cara en los surcos rugosos de la corteza de un roble sintiendo su duramen sólido y su vibración tranquila? ¿Alguna vez jugaste en el curso de un río, haciendo charcos con las piedras como si fueras el rey de ese tramo? ¿Alguna vez experimentaste la paz y la conexión sanadora que provienen de esos momentos que a menudo yo experimentaba?

¿O tu soledad sólo conoce de proyecciones con figuras de luz danzantes al capricho de tus deseos? ¿Cuántas vidas falsas has vivido, cuántos tiros disparados, bombas explotadas y vidas perdidas en vídeo juegos y películas?
Por matarte a la edad de 20 años, nunca te diste la oportunidad de crecer y experimentar el sentido de cómo las maravillas de la vida pueden proporcionar felicidad. Yo sé que a tu edad yo tampoco sabía todavía cómo hacer esto.
Ahora tengo 37 años, la edad en que mi maestro, el Buda, se dio cuenta de que había una manera de salir del sufrimiento. No estoy iluminado. Esta mañana, cuando escuché las noticias, y leí las palabras de mis compañeros de clase conmocionados, por unos minutos una ola de tristeza me sacudió, y lloré. Entonces caminé un poco más lejos, en los bosques que bordean nuestro monasterio, y en el húmedo y frío invierno de Francia, y, al lado del laurel, lloré otra vez. Lloré por los niños, por los profesores, por sus familias. Pero también lloré por ti, Adam, porque pienso que te conozco, aunque sé que no nos hemos encontrado nunca. Pienso que conozco el paisaje de tu mente, porque es el paisaje de mi mente.

No creo que odiabas a esos niños, o incluso a tu madre. Creo que odiabas tu soledad.

Lloré porque te he fallado. He fallado en no mostrarte cómo llorar. He fallado por no sentarme y escucharte sin juzgarte o sin reaccionar. Como muchos de mis compañeros, dejé Newtown cuando tenía 17 años, rebosando de confianza y propósito, con las felicitaciones de los amigos y la aprobación de mis mayores. Yo era uno más de los jóvenes que se fueron, y yéndonos, dejamos atrás a otros, incluso a ti, acabado de nacer. En este sentido yo formo parte de una cultura que te falló. Yo todavía no sabía qué era una comunidad, ni que formaba parte de una, hasta que nunca más la tuve, y luego desesperadamente la necesité.
He fallado por no haber sido uno de los que podía haberse sentado y haberte escuchado. Yo no estaba allí para ayudarte a respirar y para que tomaras consciencia de tus emociones fuertes, para ayudarte a ver qué tú eres más que una simple emoción.

Pero también tengo la certeza de que otros en la comunidad te cuidaron, te amaron. ¿Sabías esto?

En el curso de séptimo viví aterrorizado por la rabia de un compañero de clase. Era la primera vez que conocí la agresión. Ni la pantalla del ordenador ni la televisión me resultaron un escape, sino mi imaginación y los libros. Yo soñaba que era un gran mago, haciendo estallar bolas de fuego a lo largo del pasillo de la escuela, para que me tuvieran miedo y me respetaran. ¿Soñabas tú también así?
La manera de escapar de ser una víctima no es convertirse en destructor. No importa lo inmensa que sea tu soledad, la pesadez del desespero. Tú, como cada uno de nosotros, todavía tenemos la capacidad de estar despiertos, de ser libres, de ser felices, sin ser la causa de la tristeza de los demás. Tú no sabías ni podías ver esto, y, de este modo, escogiste destruir. No tuvimos la suficiente capacidad para ayudarte a ver una salida.

Con este terrible acto nos has informado. Ahora estamos escuchando, todos estamos escuchando, tus sollozos desde el infierno de tu incomprensión. No estás solo, y no te has ido. Y quizás no estarás en paz hasta que cesemos todas nuestras ocupaciones, nuestra búsqueda de poder, dinero o sexo, nuestras vidas de miedo y preocupación; y realmente te escuchemos, Adam, y seamos un amigo, un hermano, para ti. Con un buen amigo así tu soledad quizás no te hubiera abrumado.

Pero nosotros también necesitábamos tu ayuda, Adam. Tú necesitabas informarnos de que estabas sufriendo, y esto no es fácil de hacer. Esto implica derrotar el orgullo, y, para ello, hay que tener coraje y humildad. Como fuiste incapaz de hacer esto, has dejado un pesado legado para las próximas generaciones venideras. Si no podemos aprender a cómo conectar contigo y comprender la soledad, rabia y desespero que sentías –que también descansa profundamente y a veces escondida dentro de cada uno de nosotros-, y que no desaparece por conectarnos a Facebook o Twitter o correo electrónico o teléfono, sino realmente sentándonos contigo y abriendo nuestros corazones a ti, tu rabia se manifestará, sin embargo, otra vez en inesperadas formas.

Ahora nosotros sabemos que estás ahí. Tú no eres fortuito, o una aberración. Permite que tu acción nos mueva a encontrar un camino para salir de la soledad que hay dentro de cada uno de nosotros. He aprendido a usar la consciencia de mi respiración para reconocer y transformar estas emociones aplastantes. Sin embargo, espero que cada hombre, mujer o niño no necesite ir al otro extremo del mundo y hacerse monje para aprender cómo hacer esto. Como comunidad tenemos que sentarnos y aprender cómo estimar la vida, estando verdaderamente presentes los unos para los otros. Para mí, ésta es la manera de restaurar la armonía para nuestra comunión.

Douglas Bachman (Br. Phap Luu),
Creció en Lake Rd., nº 22 en Newtown, CT. (Estados Unidos), es un monje budista y estudiante del Venerable maestro Zen vietnamita y monje Thích Nhất Hạnh. Formando parte de una comunidad internacional, enseña Ética Aplicada y el arte de la vida consciente a estudiantes y profesores. Vive en el Monasterio Plum Village, en Thenac, Francia.

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